Claro que la sucesión no funcionó. Y acá va un poco de historia a incluir en el previo y minucioso relato sobre la escala a ver quién se hacía cargo de la irritante situación vecinal.
Una madre impaciente y mi hermano, un futuro ingeniero, no eran exactamente los partidos ideales para lidiar con el problema.
Papá? no tanto, papá no suele ser el encargado de afrontar estas situaciones, él opta por el perfil bajo, se duerme una siesta y 'aquí no pasó nada'. Papá es un tipo tranquilo, no se sale de sus casillas y maneja las situaciones con calma. Salvando situaciones vecinales como estas, alguna vez lo pesqué a los gritos con los vecinos por el aire y luz mandandolos, en buenos términos, a irse al lugar por donde su madre los trajo al mundo.
Y finalmente, siendo que somos 4 habitantes en casa, llegó mi turno. Dicen de los hijos menores que son los más caprichosos y quisquillosos. De eso no me meto a hablar porque no podría ser autocrítica a ese punto, esas suelen ser características que otro te hace notar, aunque sí puedo hablar de mi don de la paciencia. Desde jóven fui desarrollando esta capacidad de espera, de dar otra oportunidad... Pero debo afirmar que estos vecinos generando peores sensaciones que la de tener una astilla abajo de la uña me sacaron. Arruinaron, casi 2 décadas de desarrollo minucioso de tal don.
Yo, lejos de la violencia opté por la ira. En mis encuentros con los vecinos de arriba todo fue calmo pero los gestos fueron mis grandes amigos. Mi método fue más directo: subir, clavar la mano en el timbre hasta que me atendían, y cuando abrían la puerta poner mi mejor cara de odio y retirarme, dicen que una imágen vale más que mil palabras.
También, claro, además de palabras, creo que mi única interacción verbal fue con el hombre de la casa, el "esssssssssstúpido" (ya les contaremos de eso más adelante), sucedió un día que uno de sus críos jugaba a martillar y sin pensar y con toda la frialdad del mundo toqué timbre y solo salió de mi boca un "DEJÁ DE MARTILLAR!"; a lo que el iluso respondió "pero es el nene jugando", y no tuve mas remedio que responderle que si quería jugabamos a que yo le martillaba la cabeza a él.
Asique como conclusión: desarrollen la paciencia que es un bien preciado, y cuando la pierdan, asegurense de entrenar el índice para atormentar a timbrazos a todo el vecindario.
Saludos!
La vecina de abajo.-
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